Viendo por segunda vez The Wire (serie sin par en la historia de la televisión) me he puesto a pensar en lo lejos que estamos de que la televisión venezolana se deslastre para siempre de La Cenicienta y permita que nazcan historias que nos confronten y ayuden a madurar como sociedad. Aunque la coyuntura política agrava el problema, el origen de este viejo mal no es político: su razón de ser son por una parte el puritanismo infantil con que los venezolanos solemos reaccionar ante la crítica y por otra parte la mediocridad mercantilista que dueños de canales y anunciantes imponen a sus audiencias esperando que los demás nos sintamos reflejados y hasta agradecidos por ello.
The Wire es un compendio de lo políticamente incorrecto: racismo, homosexualidad, crimen, corrupción, miseria humana, heroísmo inútil y todos los grises de la pobreza de los sectores excluidos de la ciudad de Baltimore. Pero lo más extraordinario es que no hay allí buenos ni malos: solo personas que conviven, luchan y responden de forma única a situaciones muy complejas. En una de mis escenas favoritas, dos detectives estudian la escena de un crimen durante cinco largos minutos de pantalla durante los cuales dialogan pronunciando una sola palabra: fuck. Gracias a la maestría del guionista, el director y los actores, esta grosería adquiere allí una multiplicidad de significados y genera tanto risa como intriga. “La pauta que sigo para intentar ser verosímil es muy sencilla: que se joda el lector medio”, confesó David Simons, creador de la serie, en una entrevista. Algo sigue, pues, terriblemente desencajado en la forma de escribir, dirigir y actuar en la televisión venezolana: historias truculentas; diálogos inverosímiles; interpretaciones exageradas, casi circenses; producciones costosas pero sin criterio…
Mientras escribía mi libro sobre el actor Rafael Briceño me tomé la tarea de ver todos los capítulos de Gómez I y II que a finales de los años 70 produjo RCTV con guión de José Ignacio Cabrujas y dirección de César Bolívar, serie que tanto entonces como ahora se consigue únicamente por medio de milagrosas conexiones. Me costó creer que alguna vez en el país se transmitiera en señal abierta un trabajo de semejante calidad y además resultara éxito de audiencia. ¿Qué pasó, entonces? ¿Cómo llegamos hasta aquí? Más importante aún, ¿cómo salimos?
Es muy fácil politizar la respuesta, pero superar la desconexión sociocultural que existe hoy entre las historias que seguimos contando ad nauseam y las que en verdad necesitamos exige, ciertamente, cambios políticos de envergadura, pero reclama todavía más un abierto ejercicio de autocrítica, así como compromiso para asumir riesgos y determinación para llevarlos a la pantalla.
Colombia encontró en las narconovelas una forma auténtica aunque no menos polémica de renovar su industria audiovisual y de revisarse como sociedad. Venezuela sigue coleteándole el piso a la madrastra de La Cenicienta y suspirando por un príncipe azul que no es sino otro caudillo más. Será por eso que cuando en una ocasión preguntaron a Corín Tellado por qué todas sus historias terminaban con final feliz, esta contestó: “Cómo que feliz, ¿tú no ves que al final todos se casan?”
Milagros Socorro http://MilagrosSocorro.com @MilagrosSocorro
El 14/05/2013, a las 17:15, Falla de borde escribi:
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