“He visto desde fuera el tipo de energía que hay aquí y es muy reconfortante. Espero que esta energía se use de forma constructiva. Hay que reemplazar las malas ideas no por la ausencia de ideas, sino por buenas ideas. Se necesitan organización y liderazgo para trasladar estas ideas al debate público. Va a ser una batalla muy dura, porque las malas ideas han dominado el discurso económico los últimos treinta años”. Así se dirigía Joseph Stiglitz en una plaza de Madrid a un grupo de los llamados “indignados”, quienes escuchaban con atención las orientaciones que por unos doce minutos les concediera este Premio Nobel de Economía.
Cientos de noticias y artículos de opinión sobre el movimiento surgido tras las manifestaciones del 15 de mayo en la Puerta del Sol, en Madrid, se han publicado y se siguen publicando en la prensa española cada día. Y a pesar de la multiplicidad de pareceres, la mayoría de los opinadores coincide en que el sentimiento de indignación que motiva las protestas es justificado y compartido por una buena parte de España (en un editorial, el diario El País afirma que los indignados “siguen contando, según las encuestas, con apoyo en la opinión” y que “a efectos de imagen, la estrategia parece haber dado resultado”). Los métodos y propósitos, sin embargo, tienen divididos los pareceres. Para algunos, se trata de una nueva aventura de la extrema izquierda. Para otros, es un globo de buenas intenciones que en cualquier momento se desinflará sin producir cambios reales. Otros, los menos, apoyan el paquete completo de principios, métodos y propósitos.
En sus breves palabras, Stiglitz destacó al menos tres elementos que resultan de gran utilidad para analizar lo que está sucediendo con este movimiento: necesidad de organización, necesidad de liderazgo y necesidad de buenas ideas.
Luego de casi tres meses de manifestaciones y de mostrar gran incidencia sobre la agenda de los medios de comunicación en España, aún resulta prematuro realizar conjeturas o proyecciones en relación con lo que pueda resultar de esta situación. Sin embargo, vale la pena echar un vistazo a algunos aspectos y tendencias que pueden contribuir con el estudio de este fenómeno.
Orígenes del descontento
“Esto nace de la RABIA. Pero nuestra RABIA es imaginación, fuerza, poder ciudadano”. Así cierra el “Manifiesto Fantasma”, la declaración de principios difundida por los indignados a los medios de comunicación durante las protestas del 15 de mayo de 2011.
¿Cuáles son los orígenes de la indignación? Según Tano Santos, PhD en Economía, las causas se remontan a la burbuja inmobiliaria que comenzó a finales de los años 90’ y son “consecuencia de una bajada brutal tanto de los tipos de intereses, que es un fenómeno global, como de los diferenciales, resultado a su vez de la estabilización fiscal que traen los gobiernos de Aznar en un intento de cumplir los requisitos para nuestra entrada en el euro”. Como resultado, “… los fuertes ingresos impositivos, consecuencia de la burbuja inmobiliaria, enmascararon los problemas de sostenibilidad fiscal de nuestro estado del bienestar y pospusieron durante más de una década la batería de medidas que eran necesarias para estabilizar la economía nacional”.
Este economista continúa explicando que cuando en 2007 gana por segunda vez la presidencia, Rodríguez Zapatero cede a los encantos de los ingresos que entraban al fisco por la burbuja inmobiliaria y decide hacer la vista gorda ante las señales de peligro que ya se anunciaban, traicionando incluso lo que había prometido durante su recién terminada campaña electoral. En una larga entrevista concedida al diario El País, Zapatero alardea de la riqueza de los españoles (obviando su esencia especulativa) y afirma con arrogancia: “Éste es un país con espíritu de futuro, a diferencia de otros países occidentales con rentas per cápita altas que no tienen hoy esa actitud. Por eso estamos seguros de que vamos a superar a Alemania y a Italia en renta per cápita de aquí a dos, tres años. Les vamos a coger.”
Pero la burbuja se rompió y con ella llegaron los tiempos difíciles. Y con los tiempos difíciles, las decisiones impopulares. En mayo de 2010, como parte de un conjunto de medidas para paliar la crisis, el gobierno rebajó los sueldos de los funcionarios públicos. En septiembre de ese mismo año, entró en vigencia la reforma laboral que contempla despidos sin indemnización, una jornada laboral de 45 horas semanales y la extensión de la jubilación a los 65 años. Y en diciembre, “a modo de aguinaldo”, se eliminó el subsidio para los parados o desempleados.
Estas decisiones, en un contexto en el que 20% de la población española económicamente activa (unos 5 millones de personas) se encuentran sin trabajo, y en el que el desempleo entre los jóvenes (para febrero 2011) es de 43,5% (el doble del promedio del continente, 20,4%), no podían no generar reacción. Así llegó la masiva huelga general de septiembre de 2010. Y así llegaron también los campamentos en la plaza del Sol el 15 de mayo de 2011, una bola de nieve que continúa rodando casi tres meses después. No es difícil imaginar que estas manifestaciones de descontento hayan dado un empujoncito a Zapatero a la hora de decidirse por adelantar las fechas de las elecciones presidenciales.
Fuentes de inspiración
El opúsculo ¡Indignaos!, de Stéphane Hessel, héroe de la Resistencia Francesa, cayó del cielo para dar nombre a un sentimiento que ha terminado convirtiéndose en casi una franquicia española for export.
Hessel exige luchar para defender la ética, la justicia y los beneficios sociales alcanzados tras más de medio siglo de luchas, pero su influencia sobre los indignados españoles es notoria principalmente en tres aspectos: 1. su ataque a las instituciones financieras privadas (cuya generación “egoísta” de riquezas sería una amenaza para el estado de bienestar), 2. un llamado a botón a los medios de comunicación por su relación con los poderes políticos y económicos y por la difusión de antivalores como el consumismo, 3. y su insistencia en que la lucha por las reivindicaciones deben hacerse sin violencia.
Por otra parte, los indignados españoles reconocen una influencia que para algunos analistas resulta incluso más decisiva que la de Hessel, al menos en lo que respecta a organización, métodos y propósitos: la revolución silenciosa islandesa, uno de cuyos líderes, Hördur Torfason, incluso viajó a España para atestiguar cómo evolucionaban las protestas de los indignados e intercambiar experiencias. En su artículo El origen islandés de la indignación, Daniel Gatti explica los nexos:
El autor afirma que debido a la irresponsable actuación de los bancos islandeses durante la crisis financiera de 2008, el producto del “país del hielo” se redujo 15%, la moneda se devaluó 80%, el desempleo (que era de casi 1%) trepó al 10%, retomó la emigración, se implantó una versión vernácula del corralito argentino, los impuestos aumentaron de manera considerable, el gasto público se redujo drásticamente, cayó el consumo y cerraron empresas. De un día para otro, el nivel de vida de los islandeses retrocedió diez años.
Torfason, actor profesional y músico de 66 años, un día de octubre de 2008, harto de “soportar en silencio cómo los bancos que habían conducido al país a la bancarrota se seguían llevando la plata y no pagaban un centavo por la crisis que habían generado”, se paró ante el parlamento islandés y a cada persona que por allí pasaba le preguntaba si pensaba “hacer algo” para impedir que “el robo continuara”. Sin saberlo, estaba dando origen a un movimiento que desembocaría en dos plebiscitos en los que los islandeses dijeron “No” a la propuesta que les hacía el gobierno para avalar un acuerdo por el cual el Estado islandés aceptaba reembolsar a Gran Bretaña y a Holanda los 4.000 millones de euros (más intereses) que estos países habían pagado para honrar compromisos con aquellos connacionales que mantenían depósitos en el banco islandés Icesave, quebrado en 2008. Jon Danielson, de la London School of Economics, estimó en 50 mil euros por familia la “deuda” contraída por Islandia con Gran Bretaña y Holanda debido la acción de sus bancos. Por ello, en abril de 2011 casi el 60 por ciento de los islandeses rechazaron por segunda vez el acuerdo, desoyendo las advertencias del FMI de que el país “se metería en graves problemas financieros” en caso de que votara nuevamente No, como ya lo habían hecho en 2009.
Entre octubre de 2008 y marzo de 2009, Torfason recorrió su país promoviendo manifestaciones de protesta y el primer referéndum. “Planteábamos tres exigencias. Las elaboré a partir de hablar con la gente. Les pregunté: ¿qué queréis hacer? El resultado fue: el gobierno islandés, el consejo de administración del banco nacional y el consejo de administración de la autoridad supervisora monetaria deben dimitir. Mantuve las manifestaciones durante cinco meses hasta que estas demandas se cumplieron”, dijo a la prensa española. Tras la ola de protestas, el que había sido jefe de gobierno en 2008 fue sometido a juicio y la Constitución está en proceso de reforma (25 personas fueron elegidas popularmente de entre 500 candidatos para realizar esta tarea).
Aunque la situación en España es muy diferente, la llamada “revolución silenciosa” ha insuflado en sus colegas españoles una poderosa motivación: la esperanza de sacudir el “sistema” desde sus propias bases y la idea de que la indignación es el catalizador necesario para lograrlo.
Activismo 2.0: una útil digresión
En su artículo Why the revolution will not be tweeted (The New Yorker, Octubre 4, 2010), Malcom Gladwell afirma que “mientras alguna vez se definió a los activistas por sus causas, ahora se les define por sus herramientas”.
Internet y las redes sociales (especialmente Twitter, Facebook y la llamada “blogósfera”) están en el ADN del movimiento 15-M. Para los indignados españoles la forma es también el fondo y el método es parte del fin. Prueba de ello es su abierto rechazo (al menos públicamente) a cualquier modalidad de representación o liderazgo y, en consecuencia, a la utilización de la asamblea y del consenso como métodos para la toma de decisiones. Sin embargo, no son ellos los primeros en hacer uso de las redes sociales para protestar.
Desde hace algún tiempo se viene diciendo que las nuevas herramientas de medios sociales han reinventado el activismo social. Gladwell hace referencia a las protestas ocurridas en la primavera de 2009 en Moldovia, donde miles de personas protestaron contra el gobierno comunista de su país, una acción que fue apodada la “Revolución de Twitter”. Pocos meses después, cuando las protestas estudiantiles estremecieron Teherán, el Departamento de Estado de EEUU tomó el inusual paso de pedir a Twitter que suspendiera los mantenimientos programados para su portal, pues el Gobierno no quería que una herramienta tan crítica para la organización quedara fuera de servicio en el punto más alto de las manifestaciones. “Sin Twitter, la población de Irán no se habría sentido empoderada y segura para levantarse por la libertad y la democracia”, escribiría posteriormente Mark Pfeifle, un antiguo asesor de seguridad nacional, pidiendo nominar a Twitter para el Premio Nobel de la Paz. Sin embargo, analistas citados por Gladwell afirman que ni en Irán ni en Moldavia (con estados fuertemente controladores y donde poca gente tiene acceso a Twitter) hubo semejantes revoluciones virtuales, y que esa fama fue creada por periodistas extranjeros que siguiendo minoritarios hagstags en inglés sobre lo que iba ocurriendo en esos países sacaron conclusiones sin fundamento y crearon un atractivo mito para las masas.
“Las plataformas de medios sociales”, afirma Gladwell”, “están construidas en torno a vínculos débiles”. En su opinión, estas plataformas no son efectivos agentes de motivación sino de participación, pero ese aumento se logra solo al costo de disminuir el nivel de motivación que los participantes requieren. Bajo este escenario, ¿cómo puede una campaña social movilizar gente? “No pidéndoles demasiado”, responde. “Esa es la única manera de lograr que alguien que en realidad no conoces haga algo por ti”, lo que a su vez produce un tipo de compromiso que solo trae “elogios y reconocimiento social”.
Gladwell destaca a su vez una característica de las redes sociales que tiene un enorme impacto sobre los aspectos estructurales y organizativos del activismo contemporáneo: su naturaleza profundamente antijerárquica. En las redes, las decisiones se toman por consenso y los lazos que atan a sus integrantes son flexibles. “Esta estructura hace a las redes enormemente elásticas y adapabales en situaciones de bajo riesgo. (…) Hay muchas cosas, sin embargo, que las redes no hacen bien. Los frabricantes de carros solo utilizan redes para organizar a sus cientos de proveedores, pero no para diseñar carros. Nadie cree que la articulación de una filosofía de diseño coherente es mejor manejada por un sistema organizacional extendido y sin liderazgo. Puesto que las redes carecen de una estructura de liderazgo centralizado y claras líneas de autoridad, tienen auténticas dificultades para alcanzar consensos y definer objetivos. (…) ¿Cómo tomas decisiones difíciles sobre tácticas o estrategias o dirección filosófica cuando todo el mundo tiene el mismo derecho de palabra?”
No es fortuito, pues, que la red de agrupaciones que conforman el movimiento 15-M haya acogido la asamblea como mecanismo único para la toma de decisiones (las propuestas se trabajan primero en comisiones y luego se presentan en plenaria para ser aprobadas por consenso). En Internet no hay espacio para intermediarios: una persona, un voto. Intentar reproducir otro esquema en el mundo off-line entraría en conflicto con los valores de participación y de rechazo a las jerarquías que la era 2.0 ha arraigado de forma muy profunda especialmente en los jóvenes pero también en una parte considerable de la sociedad. Por eso cuando le preguntan a Germán Cano, el profesor de Filosofía de la Universidad de Alcalá de Henares y colaborador del movimiento, si llegarán los indignados a constituirse en un partido político, este responde: “No es una demanda que guste a la mayoría. No tanto por apoliticismo como por una resistencia radical a las mediaciones”.
Hay, además, componentes ideológicos característicos de cierta izquierda (usualmente la más radical), que juegan un papel decisivo en la definición de estos mecanismos y en la defensa de la “no representación” como punto de honor. No obstante, debe destacarse que hasta el momento el movimiento ha logrado superar las dificultades logísticas que plantea el mecanismo asambleario para la toma de acciones y que, a diferencia de lo que afirma Gladwell, el 15-M ha probado que la estructura adoptada funciona, al menos para lo que parece ser su principal propósito en este momento: protestar. No puede descartarse, sin embargo, que mientras públicamente utilicen este mecanismo asambleario, a lo interno haya algún tipo de coordinación central que opere de forma “clandestina” para orientar o al menos influir en el rumbo de las acciones.
Necesidad de ideas
“No es una crisis, es el sistema”. Esta consigna, adoptada para una multitudinaria marcha realizada a finales de julio de 2011, expresa con bastante precisión la idea que mueve la maquinaria de los indignados: la protesta no es debido a un problema puntual, sino a los fundamentos del “sistema” como totalidad. ¿Pero de cuál sistema? Debemos asumir que del político, así como los principios que lo sustentan. La crisis es ética antes que política. Por ello, en la terminología informática se diría que lo que los indignados piden es “resetear” la democracia.
Las demandas del 15-M son heterogéneas y plurales. “Es un movimiento incipiente y embrionario. Hay muchos grupos en discusión. ¡Democracia Real Ya! es uno de ellos, pero no agrupa todas las voluntades”, enfatiza Germán Cano, que colabora en el subgrupo creado para analizar los medios de comunicación externos. “Lo que motiva a los indignados es la sensación de malestar y frustración. Y el 15-M está en situación de canalizar esa indignación. No plantea una crítica a la democracia o a las instituciones en sentido general, sino a la lógica de los partidos”, continúa Cano.
Lo primero que llama la atención del “Manifiesto Fantasma” es su nombre. Fantasma da la impresión de a algo etéreo, impreciso, que aparece y desaparece, que está entre vivo y muerto, que atemoriza… Podría pensarse que esa palabra no tiene otra intención que la de generar curiosidad. Pero al revisar su contenido nos encontramos con que cuatro de los trece puntos hacen referencia a reclamos de tipo simbólico, esto es, reclamos relacionados con la forma en que se representan los hechos, más que a los hechos mismos. “El descrédito de la política ha traído consigo un secuestro de las palabras por parte de quienes detentan el poder. Debemos recuperar las palabras, resignificarlas para que no se manipule con el lenguaje con la finalidad de dejar indefensa a la ciudadanía e incapaz de una acción cohesionada”. Los casos de “secuestro del lenguaje son numerosos y constituyen una herraminta de control y desinformación”. “Es preciso construir un discurso político capaz de reconstruir el tejido social, sitemáticamente vulnerado por años de mentiras y corrupción”. Y terminan remarcando que su movimiento es un “suceso capaz de dotar de nuevos sentidos a nuestras acciones y discursos”.
Bajo estas premisas, es natural que uno de sus objetivos de ataque sean los medios de comunicación. “¡Manipuladores!” gritan a los periodistas, “se nos mean encima y la prensa dice que llueve”. Esto resume la visión del papel que según los indignados juegan en esta crisis los grandes medios, a los que acusan de tergiversar la realidad en beneficio del poder establecido. Lo curioso es que no hagan referencia a la enorme y muy variada cobertura que esos mismos medios (nacionales e internacionales) le han concedido durante dos meses y medio de forma ininterrumpida y que han contribuido a que la marca “indignados” se propague como pólvora por todo el mundo (los indignados israelíes han realizado dos multitudinarias protestas contra Benjamin Netanyahu en menos de un mes). El problema, pues, parece ser el mensajero, no el mensaje.
Esto es congruente con lo expuesto en el Manifiesto, donde la única exigencia concreta aparece apenas en el punto 8: “Una de nuestras premisas principales es una Reforma de la Ley electoral que devuelva a la Democracia su verdadero sentido: un gobierno de los ciudadanos. Una democracia participativa”. Y en el punto 10 aclararán que “No llamamos a la abstención, pedimos la necesidad de que nuestro voto tenga una influencia real en nuestra vida” (pero no explican cómo). De acuerdo con este documento, la democracia española es poco más que un compendio de “corruptos aparatos burocráticos” al servicio de “fuerzas del poder financiero internacional” que promueven “prácticas electorales inocuas” donde los ciudadanos tienen una “participación nula”. Finalmente, aseguran no temer a la POLÍTICA (en mayúsculas). “Tomar la palabra es POLÍTICA. Buscar alternativas de participación ciudadana es POLÍTICA”, la cual debe rescatarse construyendo “un discurso político capaz de reconstruir el tejido social, sistemáticamente vulnerado por años de mentira y corrupción”. Pero ante el hecho de que la mera idea de formar un partido político les causa alergia, cada vez más españoles se preguntan: y ahora que estamos indignados, ¿qué hacemos?
La realidad es que el 15-M no cuenta con un catálogo de propuestas para resolver los problemas que acusan. Y algunos articulistas consideran que cuando aparece alguna propuesta, esta deja mucho que desear. José Ignacio Wert ofrece un ejemplo: “En el campo económico y social (…) los indignados se han posicionado en un extenso documento (41 páginas) contra el Pacto del Euro. El nivel de desconocimiento de los datos que revela es pavoroso. Hay disparates del calibre de sostener que el gasto sanitario en España es del 0,4% del PIB. Pero, a la hora de proponer, lo único que proponen es que no se acepte el Pacto del Euro, que se rechace cualquier recorte, que se nacionalice la banca y que se aumenten los impuestos. O sea, lisa y llanamente que vayamos (…) al default”.
¿Cuál es, en definitiva, la inclinación ideológica de los indignados? Una integrante de la agrupación ¡Democracia Real Ya! afirma: “… la derecha también tiene que darse por aludida, que esto no es un movimiento de izquierdas, que lo que queremos es un sistema político y económico más democrático y eso no tiene que ver con ideologías… Que no crean que los indignados somos todos de izquierdas porque se equivocarían”.
Sea como fuere, lo cierto es que muchas de las acciones de protestas no pasan de ser mero simulacro, muy característico de cierta izquierda todavía movida por el resorte de la teoría contracultural de los años setenta, según la cual la realidad se puede cambiar “desenchufando” a los ciudadanos de la matriz que los domina y haciendo que se rebelen contra el sistema capitalista, lo cual, creen, se puede lograr con acciones simbólicas. Por eso la insistencia por “rescatar el lenguaje”, idea con la cual es fácil mostrar simpatía hasta que se observa con detalle a qué se refieren con ello, tal como lo ilustra una nota publicada en la prensa: “En poco más de una hora y media los indignados tuvieron tiempo de sentar en el banquillo a cuatro organismos y grandes empresas. El Banco de España, el Ministerio de Educación, el BBVA y la sede del Gobierno regional, que no tuvieron derecho a réplica, fueron sentenciados culpables desatando los aplausos de los manifestantes. Alicia (…) fue la encargada de dar los veredictos ante las sedes de cada organismo. El primero, el Banco de España, que fue declarado ‘culpable de genocidio, de atentado contra la salud de las personas y de estafa’ entre algunos otros delitos. (…) En el orden del día estaba la sentencia al BBVA. (…) Los cargos no fueron menores: crímenes de lesa humanidad, expolio, conspiración y apoyo al crimen organizado. El banco fue declarado ‘culpable’ de todos los delitos y la sentencia ‘del tribunal del pueblo’ incluyó desde la ‘destrucción de todas las sedes inmobiliarias y de negocios de la entidad hasta la inhabilitación de su consejo directivo y la mutilación de un dedo a todos sus miembros para que en el futuro si alguien quiere negociar con ellos sepa a quién tiene delante’. Los gritos de ‘culpable’ llenaron la calle y al oír la sentencia otro lema brotó al instante: ‘¡Sin piernas, sin brazos, banqueros a pedazos!”.
¿Es a esto a lo que se refieren con “recuperar las palabras, resignificarlas para que no se manipule con el lenguaje”? Aunque no puede afirmarse que esta anécdota represente la totalidad de las acciones realizadas por los indignados, sí revela la coloratura del sentimiento que los mueve y amalgama. El movimiento 15-M es una masa de emociones que hasta ahora se han canalizado, en general, pacíficamente (con algunos fuertes enfrentamientos, como el que tuvo lugar el 4 de agosto frente al Ministerio del Interior, en los que hubo una veintena tanto de policías como de manifestantes de heridos), lo cual ha sido uno de sus más grandes méritos y parte importante de su capital de popularidad. Ellos lo tienen muy claro: esa combinación es lo que le está haciendo la vida de cuadritos a las autoridades españolas, que no hallan cómo detenerlos, mucho menos “absorberlos” al sistema.
Necesidad de organización
De las tres necesidades mencionadas por Joseph Stiglitz, la de organización parece ser la que mejor han desarrollado los indignados. ¿Pero, en definitiva, quiénes son los “indignados” (e indignadas, por supuesto)? Hessel llama a los jóvenes a tomar la batuta de la acción. Y aunque ha sido este grupo el que más rápida y enérgicamente ha respondido a ese llamado, ellos se autodefinen como un movimiento “transgeneracional”.
El 15-M es una especie de confederación de organizaciones con orígenes, ideologías, tamaños y propósitos muy diversos, pero que comparten “enemigos”, reclamaciones y sobre todo el mismo “malestar y frustración” de un sistema político que, a su juicio, los excluye.
El Manifiesto Fantasma lo expresa así: “Después de muchos años de apatía un grupo de ciudadanos de diferentes edades y extractos [sic] sociales (estudiantes, profesores, bibliotecarios, parados, trabajadores…) CABREADOS con su falta de representación y las traiciones que se llevan a cabo con el nombre de la democracia, se han reunido en la puerta del Sol en torno a la idea de Democracia Real”. Y en el punto 9 agregan: “Hacemos hincapié en que los ciudadanos aquí reunidos conformamos un movimiento TRANSGENERACIONAL porque pertenecemos a diversas generaciones condenadas a una pérdida intolerable de participación en las decisiones políticas que conforman su vida diaria y su futuro”. Si el expresidente venezolano Rafael Caldera estuviera vivo, seguramente los habría llamado “el chiripero”.
Revisar el perfil de algunas de estas organizaciones (hay muchas más) ayuda a visualizar lo variopinto de la coalición:
• Juventud sin futuro: Movimiento surgido por la unión de asociaciones universitarias para protestar por la reforma universitaria. Su primera acción pública la realizaron el 7 de abril, en una manifestación que congregó a unas siete mil personas. El principal referente de Juventud sin futuro es la revolución silenciosa islandesa. Su objetivo, afirman, no es “convertirse en un partido político”, sino “hacer presión sobre los gobiernos para que den otra salida a la crisis”.
• No les votes: “Es una especie de intento de hackear el sistema”, asegura su fundador Enrique Dans, profesor del Instituto de Empresa y reconocido consultor sobre temas de Internet y propiedad intelectual que ha asesorado tanto al PSOE como al PP sobre la ley antidescargas. Su oposición a esta ley generó gran actividad en foros por Internet sobre propiedad intelectual, en los que se llamaba a no votar ni al PP ni al PSOE ni a CiU como castigo a los partidos que votaron a favor de prohibir las descargas. A partir de ahí, la Red hizo el resto. Hoy es uno de los colectivos más potentes y conocidos de las movilizaciones de los indignados.
• Attac: Este movimiento de corte anticapitalista reclama, entre otras cosas: Medidas de regulación y control de los movimientos de capitales mediante un control democrático permanente que incluya una tasa a las transacciones financieras e impuestos progresivos al capital; eliminación de los paraísos fiscales; creación de nuevos impuestos globales al capital para financiar los bienes públicos y globales; denuncia de las privatizaciones de las empresas públicas y defensa de los servicios públicos. Para la manifestación del 15 de mayo aporaron el apoyo de sus seiscientos socios y alrededor de tres mil simpatizantes.
• Plataforma de Afectados por la Hipoteca: Asociación sin fines de lucro que agrupa a personas con dificultades para pagar la hipoteca o que se encuentran en proceso de ejecución hipotecaria. “Un grupo de personas completamente apartidista decidimos crear esta asociacion en febrero de 2009 en Barcelona ante la constatación de que el marco legal actual está diseñado para garantizar que los bancos cobren las deudas, mientras que deja desprotegidas a las personas hipotecadas que por motivos como el paro o la subida de las cuotas no pueden hacer frente a las letras”. Desde su creación, han impedido la realización de más de medio centenar de desahucios (desalojos) en varias regiones de España.
En el 15-M, como se ha dicho, las decisiones se toman en asamblea y por consenso, algo que sorprende al ver su capacidad de movilización (aunque en el último mes sus congregaciones han sido cada vez más pequeñas), su persistencia y rapidez de respuesta. La falta de una cúpula central para la toma de decisiones flexibiliza la realización de múltiples acciones a lo largo de todo el país (no solo Madrid y Barcelona), así como la resolución de problemas de forma inmediata y creativa. Así lo ilustra una nota: “Los policías que desde el domingo custodiaban los accesos al Congreso de los Diputados tenían claro su objetivo: mantener alejados a los indignados de las Cortes. A falta de un cartel identificativo, los agentes decidieron guiarse por la vestimenta. Señor con maletín, sí; joven con rastas, no. Los miembros del 15-M lo sabían y, tras chocarse numerosas veces con la negativa policial, decidieron pasar por el aro para alcanzar su objetivo. Entraron en una tienda con su ropa de siempre y salieron vestidos de gala. Eso fue suficiente para colarse en el Parlamento”.
Esto trae como ventaja una presencia permanente en la vida pública y en la agenda de los medios, aunque también ha ido generando fuerte descontento en sectores que se han visto afectados, especialmente los comerciantes. A su vez, un punto en contra es que al identificar todas estas acciones como expresiones de la marca “indignados”, aquellas que se salen de control, terminan en violencia o promueven mensajes radicales contra distintos sectores, de una u otra forma inciden negativamente sobre la imagen general del 15-M, por más que luego se intente minimizar el impacto con declaraciones que condenen los hechos.
Hijos de la globalización y de la Comunidad Europea, los indignados españoles han dejado claro su ambición de avanzar hacia la internacionalización, colaborando con movimientos similares en Europa. La prensa ha adoptado ese nombre para identificar protestas en otros países, como en Grecia (se les llama indignados a pesar de que allí las protestas comenzaron mucho antes que en España), Israel, Italia, Francia e Inglaterra. No está claro si el nombre es una atribución propia de los manifestantes de cada país o si se trata de una atribución de los medios. El hecho es que la prensa los registra bajo ese nombre.
Algunos piensan que el movimiento cuenta con los mecanismos suficientes para permanecer sin institucionalizarse en un partido político, pero otros consideran que dar este paso singificaría su “fin”. Una garantía de que esto no sucederá, aseguran analistas, es el sistema de rotación que han implementado para impedir que un grupo se asiente en el poder, lo que hace que los voceros cambien constantemente, principio que la organización ¡Democracia Real Ya! defiende a ultranza: “Es contraproducente que se mantenga siempre a los mismos compañeros como portavoces, porque la ciudadanía identifica a la plataforma con esas personas. No queremos que se perpetúe un esquema disfuncional en el que la realidad se construye parcialmente mediante las declaraciones de voces autorizadas”.
Otros aseguran que los indignados han sabido evolucionar en los procesos deliberativos, lo que podría verse como un síntoma de maduración del movimiento. “Algunas asambleas terminaron haciéndose interminables porque se debatía en un bucle eterno sin alcanzar un consenso total. Al final decidieron reformular su sistema de toma de decisones y evitaron el bloqueo devolviendo las propuestas a las comisiones, que relaboraban la moción para volver a presentarla ante el pueblo”, afirma un analista político afín a la causa.
Necesidad de liderazgo
“¡Que no, que no, que no nos representan!”, fue la consigna principal en una manifestación. “Nadie puede decir que esté negociando con el 15-M porque el 15-M no tiene líderes, es algo horizontal, asambleario”, defiende un indignado. “Eso es algo que nunca entenderán PSOE y PP. Ellos eligen sus líderes a dedo. Nosotros somos democráticos y nadie toma una decisión en nombre de los demás. Todos debatimos, consensuamos y decidimos. Eso es democracia real…”. “Me niego a aceptar una democracia que no sea la directa, exijo un modelo en el que nadie tenga que delegar su capacidad de decisión”, reclamaba Tomás Muñoz.
El rechazo visceral a las mediaciones, y por ende a la representación política, es un elemento neurálgico del discurso y también de la acción del 15-M, aunque es este también la principal amenaza para la viabilidad de sus reclamos y, en consecuencia, para la supervivencia del movimiento en el mediano plazo. Aseguran que esta fórmula los ha blindado contra los intentos de “penetración” que, como dicen, han buscado los partidos políticos. Un integrante de DRY lo explica así: “El poder cree que invitando a los portavoces a café llega a algún sitio, pero ellos sólo llevan la voz, no representan a nadie. Sólo transmiten”. Y cuenta el caso de un portavoz de esta agrupación en Sevilla: “Le sacaron un día en un programa de Canal Sur y al día siguiente le llamaron varios parlamentarios andaluces para invitarle a comer. Les tuvo que explicar que él no representaba a nadie, que sólo se representaba a sí mismo”. Y aunque existieran líderes dentro del 15M, dice otra voz, sería muy difícil llegar a acuerdos con ellos: el movimiento es una nebulosa con muy distintos intereses que sólo coincide en el “cabreo” con los poderes políticos y económicos. “No se dan cuenta de que no participamos de su forma de hacer política”, concluye otra indignada. Hay, pues, una férrea disciplina en relación con esta estrategia que ha sido asumida por los militantes de la causa.
Esta “filosofía de vida” tine dividida las opiniones en relación con el futuro del movimiento. Se habla de dos posibles escenarios: 1. los líderes del 15-M formarán uno o varios partidos políticos para canalizar por la vía formal sus demandas (tesis impopular entre los indigandos y vista como improbable, aunque no imposible, por varios analistas políticos); 2. el movimiento desaparecerá gradualmente y sus bases se sumarán a los partidos políticos se dispersarán en otras agrupaciones sociales. Y cabría incluso un tercer escenario, quizá menos viable: que el 15-M mantenga su organización actual, reinventándose bajo esquemas no tradicionales según las necesidades y circunstancias.
Para bien o para mal, la democracia actual no puede escapar de la representatividad como modelo organizativo. Tal como lo explica Antonio López, catedrático de Trabajo Social en la UNED: “Si nos fuésemos a una isla desierta pronto se reproducirían los mismos procesos de estratificación que se dan en nuestra sociedad, con unos grupos de exclusión y otros de liderazgo” (esta es, por cierto, la tesis desarrollada en El señor de las moscas por el premio Nobel de Literatura Willian Golding). Sin embargo, los indignados defienden que “no hay por qué desconfiar de los movimientos sin caras. Democracia Real es una plataforma donde la voz de cada uno de sus integrantes tiene el mismo peso que todas las demás y los portavoces solo son transmisores del pensamiento crítico que se expande en todas las direcciones por las redes sociales”.
Mientras todo esto pasa, los políticos otean hacia la otra acera como gallina que mira sal. Aún no encuentran la llave del tesoro, el camino a las simpatías y potenciales votos que acapara este movimiento. Pero seguirán insistiendo.
A modo de cierre
Hay un evidente agotamiento del modelo político como lo conocemos hasta hoy. El pragmatismo muchas veces inescrupuloso de los partidos y la falta de compromiso y de diligencia para responder a las demandas sociales está socavando las bases de un modelo de democracia que, aunque imperfecto, ha permitido avances importantísimos en el último medio siglo, especialmente en relación con la defensa de las garantías fundamentales del ser humano. El sentimiento de los indignados es legítimo y seguramente palpable en casi todos los países. La democracia está en examen y exige una revisión en lo anatómico, lo fisiológico y lo hasta “espiritual”. Es imperativo escuchar las demandas de los indignados para encontrar soluciones viables que hagan prevalecer la moral y la ética por sobre el real politik. Aunque esto último sea inevitable, hay que replantearse su nivel de prioridad en el ejercicio del poder.
No ha servido la persuasión. Menos aún la fuerza. Por el contrario, esta última solo ha generado más manifestaciones y espacio en los medios. Los indignados son un cuero seco: lo aplastan por un lado y por otro se levanta. Y se levanta por donde menos se espera. Esta semana, por ejemplo, el Sindicato Unificado de Policía envió una nota a los medios de comunicación criticando las órdenes recibidas para enfrentar a los indignados que querían volver a instalarse en la puerta del Sol: “La Delegada del Gobierno en Madrid impartió a las Unidades de Intervención Policial tres instrucciones: que no se produjeran detenciones, que no se empleara material antidisturbios, que por todos los medios se impidiera a los acampados volver a Sol; (…) [ella] no puede estar por encima de la Ley y obligar a no cumplirla a los policías”, dice la nota. Pero lo verdaderamente llamativo es esto: “Nuestra solidaridad con los verdaderos indignados porque tienen razón en sus protestas, a la vez que les pedimos comprensión con nuestra a veces ingrata labor y que dirijan sus críticas a los verdaderos responsables, los políticos”.
Entonces consideremos lo siguiente: hasta la fecha, el movimiento 15-M se ha definido más por lo que no es que por lo que sí es o aspira ser; sus propuestas están todavía “en el horno” y no terminan de levantar; los partidos y los políticos no los representan, por lo tanto no son interlocutores válidos con los que se pueda negociar (si un político quire plantear algo, tienen que asistir a la asamblea de los indignados para defender sus propuestas o posiciones; Rubalcaba, por ejemplo, preguntó a estos si les bastaría con un punto de información estable y como única respuesta recibió una invitación a presentar su propuesta en una asamblea de indignados). No hay voceros, no hay líderes, no hay representación. Lo que sí sobra son emociones y energía, pero también una sorprendente organización.
El 5 de agosto de este año la policía reprimió duramente a los indignados que pujaron para reingresar a la Puerta del Sol, de donde los habían desalojado el día anterior y cuyo acceso se encontraba totalmente bolqueado. El enfrentamiento dejó 20 heridos, 7 de ellos policías. Los indignados pidieron la dimisión de la delegada del Gobierno, Mercedes Carrión, y del ministro del Interior, Antonio Camacho, por “manifiesta ineficiencia en el ejercicio de sus cargos”.
Esta lógica está creando un peligroso solipsismo político y los indignados pueden terminar arrastrados por no esuchar el consejo que les daba Stiglitz cuando decía que no se puede sustituir las malas ideas por la ausencia de ideas: midiendo fuerzas por el mero gusto de probar quién puede más; provocando choques y utilizando el recurso del victimismo solo para echar más leña al fuego. El peligro no es únicamente que no se planteen soluciones viables a los problemas y que las autoridades continúen su política de business as usual, sino que las expectativas incumplias acaben por desbordar las emociones y generar males mayores, olvidándose de todo lo que costó conquistar lo que se tiene hoy (por más imperfcto y maltrecho que se encuentre) y revivir peligrosas nostalgias de izquierda o derecha.
Parece un hecho que la inercia de los enfrentamientos otorgará un nuevo simbolismo a los espacios físicos en disputa. Es lo que está ocurriendo con la Puerta del Sol, lugar originario de las protestas y de largas acampadas por partes de los indignados: una batalla que se emprende para legitimar las razones de uno y otro bando. Siendo, como ha sido hasta hoy, que toda “negociación” posible pasa por el filtro asambleario, es difícil imaginar una solución en el corto plazo, al menos por esta vía. Sin embargo, la política es, como se dice, el arte de lo posible.
Este artículo fue originalmente escrito en junio de 2011